La CGT-València aborda en unas jornadas el 80 aniversario de la revolución libertaria
+ TURIA | Miguel
Navarré, profesor de Geografía e Historia del IES La Serranía del Villar ofrece
su visión de un movimiento que marcó el devenir de la provincia durante la
contienda civil
En el libro “Autogestión y anarcosindicalismo en
la España revolucionaria” (Traficantes de Sueños, 2006), el historiador Frank
Mintz afirma que 1,8 millones de personas participaron en las colectividades
durante la guerra de 1936 (758.000 colectivistas en la agricultura y algo más
de un millón en la industria).
“La autogestión fue el puntal de la economía y
un símbolo revolucionario, a pesar de los pesares desde el principio hasta el
final de la guerra, que ganaron los anti-autogestionarios (con etiqueta
franquista y los variopintos saboteadores, con el PC y los soviéticos a la
cabeza”, concluye.
En Barcelona se unificaron las principales
compañías de transporte –por ejemplo de ferrocarriles- tras el golpe del 18 de
julio; los obreros resolvían los problemas de contabilidad, horarios y
necesidades de la producción, pero también se constituyeron retiros de vejez y
actividades culturales (en más de la mitad de los colectivos se firmaba con
huellas dactilares, lo que evidencia las altas tasas de analfabetismo).
En la capital catalana la CNT y también la UGT
abrieron naves y espacios en adecuadas condiciones de higiene, para terminar
con los “talleres de mala muerte”. En Aragón, añade el anarcosindicalista
francés, era frecuente el caso en el que la medicina resultaba gratuita y el médico
vivía en la colectividad agrícola.
Congreso en la capital del Turia
La CGT València organiza entre el 12 y el 16 de
diciembre las XVIII Jornades Llibertàries, dirigidas a la reflexión y el debate
sobre el 80 aniversario de la revolución libertaria en el estado español. Una
de las manifestaciones de la nueva época fue el Consejo Levantino Unificado de
la Exportación Agrícola (CLUEA), creado en octubre de 1936 y en el que se
integraban la CNT y la UGT, sindicatos que defendían las colectivizaciones.
La nueva institución se encargó de la producción
y exportación de cítricos en el País Valenciano, y destacó por el acierto en su
organización (área financiera, de transporte, propaganda, estadística…). El
CLUEA contó con extensiones en los municipios, los CLUEF (Consejo Local
Unificado de Exportación de Frutos). Profesor de Geografía e Historia en el
Instituto “La Serranía” de Villar del Arzobispo (Valencia) y actualmente
embarcado en una tesina sobre el CLUEA, Miguel Navarré resalta que el Consejo
no sólo estableció controles de calidad para los agrios que se exportaban y se
encargó de gestionar los medios de transporte, sino que también habilitó
agregados comerciales que cerraban negocios en el extranjero. La relación llegó
a ser conflictiva: el Decreto que debía regular el Consejo no se aprobó, pero
éste continuó desarrollando su actividad. Así ocurrió durante la campaña de la
recolección de la fruta de 1936-1937.
Todo ello sucedía en un contexto internacional
de crisis del sector citrícola en los años 30, después que se generalizaran las
políticas proteccionistas tras el crack del 29. En noviembre de 1936 el
Gobierno de la República se encontraba ya en Valencia, y tenía claro el
objetivo en un contexto de guerra: la exportación de productos y la obtención de
divisas. “El ejecutivo republicano tenía un control sobre los ingresos que el
CLUEA obtenía de las exportaciones; una parte de las divisas se destinaban al
pago de salarios en las colectividades”, recuerda Navarré. Algunas
características del Consejo impulsado por los sindicatos anarquistas y
socialistas pueden observarse en sus revistas y publicaciones; en los textos se
defienden las políticas de “buenas prácticas”, los controles de calidad de la
fruta y la difusión del tipo de maquinaria utilizada en otros países. Se trata,
así, de poner en práctica el ideal anarquista de que la educación libera al
individuo.
Pero las dificultades no fueron pocas. A los
escasos recursos financieros, se sumó el boicot a los productos (valencianos y
del CLUEA) por parte de los antiguos propietarios huidos al exterior, la menor
llegada de barcos de otros territorios en un contexto de guerra y las
dificultades para el transporte por caminos y carreteras. Miguel Navarré agrega
otros factores de peso, como el boicot alemán y la posición ambigua de Francia.
Otras veces las trabas vinieron del frente interior: “El Ministro de
Agricultura Vicente Uribe, del PCE, y el gobierno republicano defendían –frente
a las colectividades- la pequeña propiedad individual; trataron de imponerse a
los comités”. En algunos casos, inspecciones ordenadas por la CNT detectaron
que los CLUEF no disponían de un registro contable o que, al margen de la
matriz, el CLUEA, vendían la fruta más barata al extranjero. Con todo, resalta
el historiador, que ha investigado las colectivizaciones en la comarca
valenciana del Camp del Túria, “el CLUEA realizó una labor esencial, sobre
todos los cuadros técnicos de la CNT y la UGT que lo dirigían”. La empresa en
la que se embarcaron se resume en tres principios: dignificar el trabajo en el
campo, la obtención de divisas para la modernización agraria y unos salarios
dignos. Además, en muchas de las comunas se garantizó la educación y contaban
con sus médicos. Y a los campesinos mayores, se les garantizaba el sustento con
lo que producía la colectividad.
La primera sesión de las jornadas de la CGT
lleva por título “Utopía vivida. La revolución social de 1936”, pero el
profesor de Història Contemporània de la Universitat de València, Ricard Camil
Torres, matiza que ciertamente en 1936 y 1937 se produjeron “actos
revolucionarios” en el estado español; ahora bien, “ello no significa que viera
la luz una sociedad distinta”. De hecho, no se produjo un cambio de la
estructura estatal ni del aparato institucional establecido, aunque sí que hubo
ámbitos “autónomos” que funcionaron al margen del poder político. “No podemos
hablar de una Revolución”, insiste. Además, “no en todos los territorios se
desarrollaron las colectividades”. Un ejemplo de que no se produjo esta
transformación “radical” de la sociedad, argumenta el historiador, que acaba de
publicar el libro “La Guerra Civil (1936-1939)” en la editorial La Xara, es que
el ejército de la República se encargó de la destrucción de las colectividades
en territorios como Aragón. “Tampoco el Consejo de Aragón aguantó el primer
envite que le planteó el Estado republicano: la militarización de las
milicias”. O la entrada de la CNT en el gobierno de la República, con cuatro
ministerios, el cuatro de noviembre de 1936: Juan García Oliver (Justicia),
Federica Montseny (Sanidad), Juan Peiró (Industria) y Juan López (Comercio).
Otra prueba de que no se produjo la gran
mutación institucional es que la consigna “Uníos Hermanos Proletarios”,
exhibida en octubre de 1934 en Asturias por la CNT, la UGT y el resto de
organizaciones obreras, defendía -a partir de una coalición de clase- un Estado
republicano, explica Ricard Camil Torres. “El grito es el de siempre, ‘¡Viva la
República!’, porque saben que el fascismo avanza en Europa y Hitler se anexiona
Austria”, añade. Refuerza esta idea de la “no revolución” el hecho de que en
1936 saliera a la calle el “pueblo español”, en sentido lato y heterogéneo, es
decir, todo el elemento popular que se oponía al golpe militar. Incluso en
ciudades como Barcelona, aunque el pueblo manifestara su oposición en la calle
y se opusiera al ejército, “lo que declinó la balanza fue que la Guardia Civil,
dirigida por el coronel Escobar, no se adhiriera al golpe”.
En cuanto a Madrid, “se produjo un reparto de
armas entre el pueblo, sin que estuviera dirigido por organizaciones obreras ni
militares”. En Valencia se asaltan los cuarteles, y las clases populares
provocan el colapso de la ciudad. “En Valencia sí que hay un comité o Gobierno
obrero desde el 19 de julio, pero se separa de las instituciones, no las
ocupa”. Ricard Camil Torres recuerda las palabras de dirigente
anarcosindicalista, Francisco Ascaso, en que manifestaba su poco interés en
dirigir institución alguna. Pero todo ello no es incompatible con una proliferación
de acciones revolucionarias: el 22 de julio de 1936 la CNT y la UGT alcanzan un
acuerdo en Valencia para la convocatoria de una huelga general, y se constituye
un comité ejecutivo popular; las fotografías de la Unión Naval de Levante
muestran a milicianos sin distinción por jerarquías; las columnas de milicianos
sofrenaron el golpe fascista en Aragón; se extendieron las colectivizaciones
por el territorio, se desplegó el poder miliciano antifiascista en Cataluña, el
País Valenciano o los Consejos en Aragón y Asturias. “Son ejemplos de hechos
revolucionarios”, remata el historiador. También el autobús que cubría la ruta
Valencia-Cullera: “Viajamos sin leyes”.
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