“Al entrar en el pueblo se notaba ya un olor extraño, como de muerte, polvo, humo y fuego”


+ TURIA | El 26 de noviembre de 1938 la localidad de Torrebaja sufrió un ataque aéreo del que quedan algunos testimonios
El 26 de noviembre de 1938, durante la guerra civil española, la localidad de Torrebaja sufrió un ataque aéreo llevado a cabo por la aviación del bando nacional.

El bombardeo afectó a la población civil y militar del municipio del Rincón de Ademuz, donde se hallaba instalado el Estado Mayor del XIX Cuerpo de Ejército (Ejército de Levante); se saldó con nueve muertos civiles y un número indeterminado de heridos, siendo desconocido el número de militares fallecidos y/o heridos, supuso también la destrucción total o parcial de veinticuatro viviendas.
Un hecho del que existen abundantes testimonios históricos, tal como ha recogido Alfredo Sánchez Garzón.
Rosalía Manzano Soriano (1905-1998), hija de Juan Manuel de Ademuz y de Dolores, de Torrebaja. La tarde del bombardeo se hallaba con su hermana Antonia en el solanar, situado en la parte alta de la casa y que daba a los huertos de detrás:
«Al oír el campaneo y las sirenas yo me bajé corriendo a la puerta, a ver qué pasaba... Allí me encontré con Pilar [Esparza Gómez (1916-38)], mi vecina de enfrente, que salía también de su casa. María Pilar estaba muy alterada y preocupada por su madre [...]. Yo intentaba tranquilizarla, diciéndole que no se preocupara, que se habría guarecido en algún sitio, que estuviera tranquila... Pero en ese momento empezaron a caer las bombas... Alguna debió caer entre nuestra casa y la de abajo, que era de mi tío Jesús. Porque vi como la fachada se nos venía encima, por eso fue de entrar dentro... No te puedo decir bien cómo pudo ocurrir aquello, pero de pronto me vi en el hueco de la escalera, junto a mi madre, sepultadas las dos bajo los escombros de la casa.../ El tiempo que estuvimos bajo los cascotes fue algo demasiado horrible para contarlo... A oscuras y llenas de polvo, apenas podíamos respirar, aunque oíamos como hablaba la gente y nos buscaba, levantando los escombros de la casa. Porque enseguida vinieron los vecinos a ver qué había pasado. Y como nos oían gritar empezaron a retirar todo con mucho cuidado, pues parece tenían miedo que cayera el resto de la casa».
Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Alfredo Sánchez Garzón
Francisco Verbena Arnalte (1919-2001), hijo de Salvador y de Abelina. Cuando el bombardeo se hallaba en Ademuz, haciendo su servicio militar como voluntario en el parque de Ambulancias. Desde Ademuz se oyó el estrépito que produjeron las bombas al estallar y de inmediato pasaron los bombardeos por encima de él, “una escuadrilla de nueve aviones trimotores alemanes, tipo junquer”. De inmediato notificaron en su unidad que habían bombardeado Torrebaja. Como él era de Torrebaja le concedieron permiso para venir al pueblo, a ver si sus familiares habían sufrido algún daño:
«Salí (corriendo) de Ademuz y monté en un coche que venía en esta dirección. Y al llegar a Torrebaja, un control de Etapas, no me quería dejar pasar, pero les convencí, diciendo que yo era del pueblo y que venía a ver a mi familia. Anduve carretera adelante, lo que me daban las piernas, y al entrar en el pueblo se notaba ya un olor extraño, como de muerte, polvo, humo y fuego, todo junto... Al llegar a la calle de san Roque me puse (de nuevo) a correr, y todo era un gentío que gritaba, lloraba, subía y bajaba. Las ambulancias, los soldados y los animales... La gente con picos, palas y azadas... Al llegar a la Plaza vi hundida la casa de Angelina y todas las de ese lado de la calle Arboleda, hasta el Rincón de la Iglesia. En el momento que llegué a la plaza ya estaban sacando a Angelines, la hija de la casa, aplastada bajo los escombros, y decían que quedaban más. Todavía era de día, aunque ya estaba empezando a oscurecer... Me bajé deprisa a ver cómo estaba mi casa, que se hallaba junto al patio de entrada a la antigua iglesia, y vi que no la habían tirado las bombas. Pero la casa de nuestros vecinos, Juan y Rosa los Serapios, estaba hundida, y decían que se oía gente bajo los escombros. También tiraron la casa de más abajo, que era de mi tío Jesús [Arnalte Gómez]./ Allí mismo, frente a la casa de los Serapios, murió Mª Pilar Esparza, a la que ya se habían llevado cuando llegué; y más abajo, hacia el camino del río, había un montón de gente: soldados, vecinos, ambulancias...».
Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Alfredo Sánchez Garzón
Armando León Valero (Torrebaja, 1924), hijo de Justo y de Vicenta. Cuando el bombardeo se hallaba en la zona de Guerrero, adonde había llevado un par de mulos a pastar:
«Yo estaba por allí y los animales pastando, cuando comencé a oír el ruido de los aviones. Eran las primeras horas de la tarde... El murmullo de los motores de los aviones era inconfundible, pues ya habían pasado por aquí otras veces, y todos conocíamos su ronroneo: eran las pavas y venían a bombardear... Enseguida comenzaron a sonar las sirenas y las campanas de la iglesia, [...], pues los puestos de vigilancia que había en Los Molares y otros puntos ya los habían detectado. […] A continuación comenzaron a oírse los estruendos de las bombas... Enseguida vi venir la escuadrilla de bombarderos, pasaron por encima de La Loma y dieron la vuelta... Volaban en grupos de tres, bajo un cielo claro y despejado. Después apareció una columna de humo que salía por detrás de La Loma. Yo dejé los animales y me fui hacia el pueblo, a ver lo que había
pasado, porque el ruido venía de allí y también una gran humareda que salía del centro... […] Al parecer las bombas empezaron a caer por el Cardenchal y la parte del Reguero, frente al puente de la Palanca; continuaron por detrás de las casas de la Venta y sobre el Rento, hasta Sangrandonero. Pero otros aviones se dirigieron hacia la parte suroeste del pueblo, atravesándolo en dirección al valle del Ebrón, y tiraron bombas por Encima del Camino, hasta La Loma. Cuando llegué al río de Castiel ya había terminado el bombardeo, pero comencé a ver sus efectos. Había muchos cuerpos por el suelo; unos heridos y otros muertos y destrozados. Los soldados y camilleros cargaban en las camillas a los heridos y recogían los muertos. En medio del camino había vehículos volcados, entre ellos un Ford Galgo que conducía Cayetano Gómez, el de la posada de la Cayetana. […] Los vecinos también ayudaban en lo que podían, levantando a unos y confortando a otros... Me tropecé con un pie descalzo, descuajado de la pierna por el tobillo, que yacía en el suelo. Entonces avisé a un soldado de los que había por allí, recogiendo heridos y muertos, y el soldado lo replegó con un plato y lo echó en una camilla, donde llevaba otros trozos de muertos...».11
Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Alfredo Sánchez Garzón
Daniel Aparicio Sánchez (Torrebaja, 1941), hijo de Constantino y de Carmen. Siendo concejal del Ayuntamiento de Torrebaja, esto ya muchos años después de la guerra civil, tuvo que ir a Madrid a cobrar una factura en relación con ciertas obras en el municipio:
«Estuve en el Ministerio de Agricultura, y de allí me mandaron a otras dependencias que estaban en la calle Velázquez, (donde) la Delegación de Hacienda. Cuando me presenté ante la ventanilla, el funcionario que la atendía –un hombre ya mayor, con gafas gruesas- me pidió un documento de identificación y yo le mostré mi DNI. Después de examinarlo me miró, diciendo: ¡Hombre, conque de Torrebaja...! Seguramente habrá oído hablar de los bombardeos que hubo en guerra, aunque usted no habría nacido todavía… Entonces me contó que él iba como comandante de la escuadrilla, cuando bombardearon el pueblo en noviembre de 1938… Que llevaban órdenes de destruir la población, pero que la mayoría de las bombas las tiraron antes de llegar, en las huertas, fuera del pueblo... Aunque alguna dejaron caer dentro, para justificar su misión. Ya que si hubieran dejado caer todas las bombas sobre el pueblo lo habrían deshecho... […] Lo de que tiraron la mayoría de las bombas por el Rento es verdad, porque por toda esa parte de la huerta y detrás de las casas de La Venta donde yo me crié, había muchos agujeros a la altura del canal, boquetes que se llenaban de agua... Sí, hoyos grandes donde crecían las eneas y los juncos. Durante mucho tiempo los agricultores tuvieron miedo de cultivar por allí, por si aparecía alguna bomba sin explotar...».
Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Alfredo Sánchez Garzón
El descubrimiento hace unos días de un refugio antiaéreo durante unas obras urbanas en la localidad, ha traído al recuerdo estas viejas heridas que aún se guardan en la memoria colectiva de nuestros pueblos.

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