El crimen de Cella
+ TURIA | Una mirada histórica a uno de los hechos
criminalísticos que marcaron la actualidad comarcal a principios del siglo XX
| JAVIER DE LEÓN V. | Reaparecido el
Pastor Grimaldos, en la primavera de 1926, las noticias de errores judiciales
recorren las páginas de los periódicos, discutiendo qué si los Tribunales de
derecho, qué si los Tribunales por Jurado, la Ley, los procedimientos. De entre
todos uno de aquellos sucesos llama la atención, por ser primo hermano del
ínclito Crimen de Cuenca en su desarrollo, y que, por omisión, es totalmente
desconocido para la historia.
Ocurrió en la localidad
turolense de Cella. Una noche de octubre de 1904, el mozo Pedro Soriano, que
prestaba servicios en la denominada Venta de Aquero, fue enviado por sus amos a
comprar unos kilos de tocino. Se le vio entrar con unos amigos en casa de
Manuel Sánchez Montalor, donde debía comprar el suculento manjar y, de paso,
chatear e intercambiar unas historias con el propietario del local y otros
transeúntes del pueblo, para lo que empleó un par de horas. Después, nada más
se supo de su paradero.
Por Cella corrióse el
rumor de que Montalor y su esposa le habían dado muerte, quemándole luego en el
horno de la casona. ¿Causas? El desaparecido se había comido con los otros
mozos y Montalor el tocino que sus amos le ordenaron que comprase. Previendo
una reprimenda reclamó a Montalor el importe de la grasienta vianda. El
requerido se negó. Disputaron, y Montalor, ayudado por su esposa, asesinó a
Soriano.
Un cierto mendigo, al
que el presunto asesino daba asilo en el pajar, llegó a decir que aquella noche
oyó ruido de lucha y sordos gemidos.
Fue cerrado el horno de
Montalor, al que se detuvo, como también a su mujer. Se dictaron los dos autos
de prisión y procesamiento. Hubo declaraciones fantásticas, muy
comprometedoras, de diversos testigos. Pero un buen día, encarcelados Montalor
y su desventurada cónyuge, a escasos días del comienzo del juicio oral ante la
Audiencia Provincial, reapareció en el pueblo el desaparecido Soriano.
Imagínense los ánimos de los lugareños y el tumulto que la noticia causó.
En este caso no fue un
barrunto, como el de Grimaldos, el que le indujo a huir de su pueblo.
Efectivamente, se había gastado el dinero que sus patronos le dieron para
comprar tocino, y amedrentado escapó. Estuvo en Mure, Camporrobles y Utiel. En
Valencia tropezóse con unos hombres, que venían de Cella, y que le relataron lo
que allí pasaba. No sé nada de eso, repuso evasivo...
Hay quien afirma que
Soriano llegó a escribir una carta a su pueblo. Pero la persona que la recibió
callaba, timorata, rehuyendo el verse envuelta en los rollos de un sumario o
bajo la fuerza de un vecindario que exigía, primero un delito, y después, unos
culpables...
Que tendrán las tierras
valencianas, Utiel y Camporrobles, que atraen tanto desaparecido, ¿no serán
tierras de ánimas? Quizás sea por el buen vino. Son muchas las coincidencias
con el caso Grimaldos, que hasta celda con título tenían, que debió de ser
común en la época, o quizás simplemente heredadas de tiempos más oscuros y de
costumbres más arcanas. Así lo expresó el médico del pueblo, el doctor Ariño,
sorteando los baches del camino:
Fíjese usted en que
existen muchos puntos análogos entre este suceso y el de Osa de la Vega. La
víctima es un medio bobo, que al desaparecer, se refugia en Mira (Cuenca),
Camporrobles, Utiel... lo mismo que Grimaldos; que un juez no advierte
fundamentos de causa y pone en libertad, y otro, por el contrario, procesa; que
la víctima es quemada también, y para final, un cura deshace el terrible error
existente...
El resultado, igual de
trágico, en palabras de Montalor: Se cerró el horno; nos abrumó con tantas
declaraciones la Guardia civil, algunas de las cuales duraban seis horas, y al
fin se nos detuvo; pero como el juez, que lo era aquí D. Cristóbal García, y
secretario D. Miguel Iranzo no encontraran nada punible en nuestra conducta,
nos puso en libertad. Fue peor, vino el juez de instrucción de Albarracín y
vino toda la Guardia civil de los pueblos inmediatos; y después de declarar
nosotros mucho rato, muchísimo rato, nos procesaron y atadicos nos llevaron a
la cárcel de Albarracín, no sin antes, todo el pueblo reunido en la plaza, oír
de este todo género de insultos y amenazas...
Los hechos de la
fantasía, pues con los antecedentes que había y los “se dice”, “han dicho”,
“creen”, etcétera, etc... todo era un trinar, pero pruebas, ninguna. Ahora, que
nadie se atrevía a contradecir a los que aseguraban que “se decía”... el
remedio era callar y con diplomacia quitar leña de la hoguera. Estos infelices
estuvieron unos cuantos meses en la cárcel, hasta que Manuel, por fin, cantó.
Declararon infinitos testigos que nada vieron y lo vieron todo, y al cabo del
tiempo, cuando la causa se iba a ver en la Audiencia, entonces “resucitó el
muerto”, se presentó en Cella y el párroco solícito y entendedor del asunto le
mandó detener y dio cuenta a las autoridades, que inmediatamente pusieron en
libertad al desgraciado matrimonio.
Cuando se supo que el
matrimonio se hallaba en libertad se organizó una rondalla para salir a
esperarle, y aun cuando no faltaban los que todavía seguían negando que Pedro
Soriano vivía, aunque lo estaban viendo, se le hizo al matrimonio un
recibimiento entusiasta y solemne por los que siete meses antes pedían sus
cabezas. También se llevó a cabo en Cella una cuestación a favor de los
“asesinos” y con cuatro ochavos se reivindicó y se indemnizó a ese honrado
matrimonio que vivió muy humildemente, en el pueblo de Cella hasta el final de
sus días.
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