El conocimiento tradicional debe entrar en las aulas
© José An. Montero. Profesor de Didáctica de las Ciencias
Sociales y la Cultura. UCLM | Los seres humanos se han
transmitido conocimientos de generación en generación durante miles de años en
una cadena que podría remontarse hasta traspasar el Neolítico y perderse en el
tiempo, más allá de la idea de que plantar semilla produce plantas. Una cadena
de transmisión del saber que se empezó a romper con la Revolución Industrial y
de la que apenas encontramos rastro en la actualidad.
El abandono del mundo
rural trajo consigo la pérdida de sabidurías ancestrales ligadas a la tierra
que no sólo se olvidaron, sino que en muchas cosas fueron objeto de burla y
desprecio. Sabidurías ancestrales que fueron sustituidas en exclusividad por
conocimientos académicos “universales” que poco a poco, y como describió Thomas
S. Kuhn, se van quedando obsoletos en oposición a los conocimientos tradicionales.
No se trata de idealizar
el pasado, ni de mirar el pasado con nostalgia, sino de ser conscientes de que
en esa cultura tradicional que hemos abandonado, sin separar el grano de la
paja, existían muchos conocimientos populares imprescindibles para la formación
esencial de la persona, tanto en el plano social como en el plano ambiental. La
actual crisis climática y el agotamiento del modelo lineal de producción deben
hacernos mirar no sólo al futuro, sino también al pasado, para rescatar esas
sabidurías nacidas de la necesidad de aprovechar los recursos de manera
sostenible que precisaban para sobrevivir, sin ponerles nombre, como la
bioconstrucción, el consumo de proximidad, la agricultura ecológica o la
gestión, comunal, de un monte que antes apenas se quemaba y hoy arde sin
posibilidad de control.
Los currículos escolares
abandonaron paulatinamente, en aras de la estandarización y la homogeneidad, el
componente local, de los biorritmos estacionales, de los ciclos vitales, de la
circularidad de la Naturaleza, cuestiones sabiamente reivindicadas como
imprescindibles en la formación de la persona por Giner de los Ríos y la ILE
hace un siglo.
Ya en ese tiempo, en la
hoy España vacía estos conocimientos imprescindibles eran aportados por el
entorno familiar y social, mientras que la escuela se centraba en suministrar
al escolar conocimientos universales y abstractos. En la actual España urbana,
la inmensa mayoría de los escolares carecen de ese recurso familiar, y de un
contacto educativo con el mundo real, no solo con el natural sino con el
urbano, en escuelas estandarizadas que funcionan como islas, aisladas de su
entorno, por mucho que presuman de tener un huerto escolar.
Cada vez son más los
movimientos educativos que plantean la necesidad de rescatar el legado esencial
de la ILE, devolviendo la naturaleza a las escuelas, abriendo las puertas de
las aulas a través de iniciativas cada vez más numerosas, interesantes y
ambiciosas. Naturaleza, no lo olvidemos, que nos legaron nuestros mayores porque
siempre supieron cuidarla. Somos nosotros, los urbanitas, los que debemos
aprender a hacerlo.
Puede que haya que dar
incluso un paso más, incluyendo también en un currículo que precisa de mucha
flexibilidad, ese conocimiento tradicional que está al borde de la
desaparición. Formas de vida que no sólo reciclaban, reutilizaban y respetaban
los recursos como parte esencial de su quehacer cotidiano, sino que estaban
conectados con lo más esencial del ser humano como ser social, alejadas de la
hipercompetitividad y el individualismo que nos caracterizan hoy.
Para
los escolares de hoy, el cambio climático y todos sus problemas asociados van a
ser su realidad vital. Lo ideal sería dotarlos de herramientas conceptuales
nuevas basadas en estos conocimientos tradicionales antiguos y tantas veces
denostados. Si sus abuelos y los abuelos de sus abuelos supieron respetar el
entorno y la circularidad en una cadena milenaria hoy casi desaparecida, ¿por
qué no aprenderlo ahora en la escuela?
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