“Es la vida, somos viejos y estamos solos”


+ TURIA | Una tierna y estremecedora mirada a la Serranía ‘vaciada’
El Chopo, Alpuente 📸 Los Pueblos Deshabitados
Mª Ángeles Arazo – LAS PROVINCIAS | Ahora, cuando día sí y otro también, en cualquier medio de comunicación se nos habla de la España vaciada, recuerdo aquella Valencia serrana que recorrí en busca de sus gentes abandonadas, de las que nadie hablaba.

He vuelto a buscar las páginas escritas con tanta fidelidad como coraje y emoción. Era 1970 y en Alpuente, en la aldea de El Chopo, pedanía de Canaleja de Arriba y Canaleja de Abajo, se había quedado en la más absoluta soledad un matrimonio de ancianos: Manuel Herrero y Dolores, que prometieron a los últimos vecinos que emigraron, entre abrazos y lágrimas, cuidar de todas las casas.
Y ellos, olvidando achaques y tristezas, cumplían dando de comer a los gatos que no habían huido, poniendo clavos en maderos que el viento levantaba en ventanucos y regando plantas en patios. De lejos, la aldea se confundía con el cerro porque de la misma tierra eran las paredes levantadas en ese amasar humilde de piedras y barro. Y a medida que la distancia se acortaba, se veían las zarzamoras que sobresalían por corrales.
Después de la sorpresa por mi llegada («aquí no viene nadie; solamente un guardia civil cuando nieva mucho»), quisieron que desayunásemos, porque hacía un frío terrible, y abrieron con alegría un bote de leche que les quedaba. Dolores tenía los ojos redondos, negros, brillantes, y confesó que su mayor satisfacción era «saber un poco leer y escribir». Para confirmarlo, el marido añadió: «Se compró un libro y todo». La mujer, con vergüenza y dulzura, declaró: «Es el libro de 'Alpuente y la Santísima Virgen de la Consolación'. Me costó quince duros; una hija me dio cinco». Lo guardaba en el cajón de la mesilla de noche, envuelto con un plástico. Lo trajo para que lo hojease, y jamás he visto un libro sostenido entre los brazos con tanto amor. «Cuando lo termino lo vuelvo a empezar, y así me aprendo nombres y fechas».
Echaron más leños al fuego. Los hubiera abrazado cuando me hablaron de sus hijos: «Nuestro Manuel está en Losilla de Aras; nuestra Isabel, en Valencia; nuestra Delfina, en La Almeza... Es la vida, somos viejos y estamos solos».

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