Un paseo por Edeta

LLÍRIA | Un centenar de personas participan en la visita guiada al yacimiento arqueológico del Tossal de Sant Miquel, la antigua Edeta
© MAS TURIA Un centenar de personas aprovecharon en la tarde-noche de ayer la invitación conjunta de la Concejalía de Turismo de Llíria y el Museo de Prehistoria de Valencia para visitar el yacimiento arqueológico del Tossal de Sant Miquel, o lo que es lo mismo, los restos de la antigua Edeta Ibérica, cuna de la actual Líria.
Se trata de una actividad programada con motivo de las Ferias y Fiestas de San Miguel que se celebran estos días y enmarcada dentro de la “Ruta de los Íberos” a la que Llíria, excepcionalmente, aporta dos yacimientos dentro de los seleccionados: la propia Edeta y el Castellet de Bernabé.
La visita estuvo dirigida desde el Museo Arqueológico de Llíria-MALL y la Oficina de Turismo de la localidad y apoyada en esta ocasión por unos visitantes de excepción : Jaime Vives, arqueólogo del Museo de Prehistoria de Valencia, y Carles Ferrer, geógrafo y experto en geografía aplicada al estudio de la prehistoria.
Una mirada al interior de la ciudad
A las siete de la tarde (quizás un poco tarde para una visita de esta magnitud) el grupo fue dividido en dos partes, cada una de las cuales acudió a una parte del yacimiento para recibir las explicaciones de los invitados de honor. El primer grupo descendió hasta el corazón ‘excavado’ Edeta, única zona visitable del yacimiento y conformada por dos hileras de casas escalonadas. Las primeras investigaciones en este lugar histórico se realizaron en la década de 1930 sacando a la luz numerosos restos de la ciudad antigua, aunque tan solo se trata de una mínima parte pues la capital edetana ocupaba todo el cerro de lo que hoy es el Tossal de Sant Miquel, alcanzando la monumental cifra de entre 12 y 15 hectáreas.
Jaime Vives fue desgranando el corazón de Edeta ante la atenta mirada de los visitantes. Una ciudad que había proyectado su dominio sobre el territorio y cuya jerarquía interna se percibe claramente en las hileras de casas expuestas al público; edificios de los que apenas se atisba un pequeño porcentaje, los muros pétreos inferiores, ya que las partes superiores, realizadas con madera y barro ya no existen. Aun así se puede deducir que estas casas poseían dos y hasta tres alturas, en cuya planta baja albergaban equipamientos para las transformaciones agrarias. Un molino típicamente ibérico formado por dos piedras (una fija y otra móvil para la molienda del cereal), un horno de pan que incluso conservaba la cúpula cuando fue excavado, un cubo para la transformación de la uva en vino… equipamientos inexistentes en la “Calle inferior” y que habla bien a las claras de un modelo jerárquico dentro de Edeta, basado en el control de los medios de producción.
Los restos han dejado a la luz buena parte de los muros inferiores y el acceso a los pisos superiores mediante escaleras, algunas en perfecto estado de conservación. En esos mismos edificios se han encontrado armas, vasos de cerámica procedentes de otros lugares del arco mediterráneo, vasos edetanos con la conocidísima decoración de caballeros… 
Una serie de indicios que hablan de familias poderosas, bien asentadas en la cúspide social, que controlan los equipamientos productivos así como la tierra y el comercio.
A su vez, aunque no se pudo visitar por no estar abierta al público, Jaime Vives explicó la importancia de un edificio único e importantísimo para el estudio de la historia íbera. El templo o “edificio de culto”, donde se ha encontrado un pequeño pozo en el que se lanzaban cerámicas con las decoraciones típicamente edetanas, además de impresiones de personas y otros motivos geométricos. Sin duda, un lugar de culto ritual de gran interés, al no tener los historiadores demasiados datos sobre la religión de los íberos.
Edeta fue abandonada hacia el siglo III a.C. con la invasión de la zona por los romanos, hecho que cambió profundamente toda la ordenación del territorio. Durante varias generaciones pervivieron aún las costumbres ibéricas pero la población poco a poco se fue romanizando y el lugar fue abandonado por el sitio que ocupa hoy la actual Llíria. De estos tiempos, hacia el año 280 a.C. en que el Tossal dejó de estar habitado, parece datar un gran incendio de la ciudad, aunque la causa del mismo no está clara (ataque romano, provocado por los propios habitantes o simplemente fortuito). Sea como fue, salvo alguna excepción, el Tossal de Sant Miquel fue abandonado y cubierto por los escombros y los sedimentos del tiempo, a tal punto que, cuando comenzó a ser excavado en 1933, los arqueólogos de la época se dieron cuenta de que muchos de los bancales que los hortelanos locales usaban como huertas utilizaban los muros de contención de las casas de Edeta, ya olvidadas de jerarquías y vueltas al monte a una actividad más primaria.
La ciudad como centro de control del territorio
Una vez guiada y explicada esta primera parte de la visita, ambos grupos intercambiaron “profesor”, pasando en este caso a la palabra del geógrafo Carles Ferrer, que aportó una visión “externa” de Edeta, entendiéndola como un centro de control y ordenación del territorio para el aprovechamiento de sus recursos.
Primeramente el geógrafo dio una pequeña idea de la sociedad íbera de aquel entonces, una organización basada en el aprovechamiento integral de los recursos de la región para el consumo interno como para llevar a cabo relaciones comerciales con el objetivo de generar riqueza. Así lo constatan, entre otras cosas, las cerámicas edetanas, de una factura excepcional y que hablan bien a las claras de una sociedad sumamente rica.
Esa explotación del territorio, con la ciudad como eje articulador, estaba basada en la triada mediterránea de secano: los cereales (trigo, cebada), el olivo (aceite) y la vida (el vino). Sin olvidar el consumo frutal (higos, granadas, manzanas, almendras…) o la producción hortícola a pequeña escala en las riberas de los ríos.
Toda esa riqueza que produce el territorio edetano es controlada  y aprovechada a través de una organización jerarquizada del territorio y que tiene una estructura muy estudiada en este entorno: ciudad,  pueblos o aldeas, caseríos, fortines. Un sistema de control que permite concentrar toda la riqueza en la ciudad, objetivo y motivo de la existencia de esta.
El territorio edetano tiene los límites muy marcados. Con la ciudad de Llíria en el centro, cierra la posesión territorial los circos montañosos que la rodean (al oeste y norte, con la Sierra Calderona), con límite al sur en el río Turia (Vilamarxant y Ribarroja no se encuentran dentro del territorio edetano según se desprende del registro arqueológico) y al este en el propio litoral mediterráneo. Tierras estas junto al mar de escaso aprovechamiento en aquella época. En todo caso, un basto territorio lleno de granjas y pequeños pueblos que dependían de Edeta, cuyas familias controlaban la tierra, el comercio, el metal, las defensas…
En las zonas montañosas se asentaban los emplazamientos defensivos, como el Puntal del Llops, en la Sierra Calderona en el término de Olocau, yacimiento muy estudiado. Los aprovechamientos de estos terrenos son fundamentales mineros. Las rocas silíceas (rodenos) se usan para los molinos; se aprovechan los minerales de la Calderona, malaquita y azulita (cobre), con estaño (para conseguir bronce), hierro o la galena (mezcla de plomo con plata)
Este último material, la galena, fue muy importante para los pueblos íberos y para los edetanos en particular, gracias al uso del método de copelación, o separación del plomo y la plata, instrumento de intercambio básico en sociedades comerciales como ésta.
Dentro del circo montañoso, además, se aprovechaban los recursos forestales; el territorio estaba compuesto básicamente por bosques de pinos similares a los actuales (aunque mejor conservados), donde además se podía cazar desde aves a pequeños y grandes mamíferos. No en vano la caza constituía una actividad masculina de prestigio tal como aparece representada en muchos vasos cerámicos). También se llevaba a cabo el aprovechamiento de la miel, a nivel de consumo y comercial; encontrándose incluso colmenas de cerámica en las propias casas. De los recursos forestales se obtenían también las  “cuerdas edetanas”, que alcanzaron fama y renombre en la antigüedad, sobre todo para formar y afianzar diversos útiles de navegación.
Dentro del llano, la plataforma calcárea que forma la llanura desde Llíria hasta Burjassot así como las tierras de aluvión a los pies de la Calderona convertían estos terrenos en aptos para los cultivos de secano. La pluviosidad, aunque ligeramente superior, era muy similar hace 2400 años a la actualidad. Los agricultores edetanos debieron aprovechar el agua de las ramblas y de las fuentes y manantiales propios, algunos de los cuales se ha conservado hasta hoy, como la fuente de San Vicente.
Sin olvidar las pequeñas motillas o montañas de menos tamaño que salpican el territorio, como las Rodanas (al sur del Turia), el cerro de Montiel en Benaguacil o el propio Tossal de Sant Miquel. Edeta estaba situada en el centro geográfico de este territorio, una ciudad que se convierte en el lugar donde concentrar los recursos y controlar la producción, el comercio, obligando a los habitantes a comerciar entre sus muros, a pasar dentro de la muralla, un espacio bajo el control de las castas más poderosas.
La ciudad de Edeta y el territorio que la conformaba, casi como un proto-
estado en el momento de la invasión romana, es algo excepcional para el estudio de la historia íbera, pues sus más de 50 yacimientos estudiados permiten entender como se articulaba un territorio íbero de esta época.
Por debajo de la ciudad, el siguiente status jerárquico eran los pueblos o aldeas, de dimensiones considerables, entre cinco y dos hectáreas, con ejemplos cercanos como el poblado de La Seña, en Villar del Arzobispo. En estos pueblos, aunque dependientes de la ciudad, también se han encontrado unidades de explotación, como molinos para hacer aceite.
Por debajo de las aldeas estaban los caseríos pertenecientes a una familia, en algunos casos a familias poderosas que tenían allí su segunda residencia o centro de explotación de recursos, teniendo un claro ejemplo de esto en la propia ciudad de Llíria, con el Castellet de Bernabé, una finca propiedad de una familia acomodada de Edeta que tenía allí una centro de trabajo con familias sirvientes a su cargo.
Por último, y no menos importantes, se encontraban los “fortines”, apenas una calle, unas cuantas casas y, sobre todo, una torre de vigilancia. Aún perviven ejemplos de estos fortines por toda la comarca, como la Cova Foradada, cerca de Domeño Nuevo, el Castellar del Villar (en Villar del Arzobispo), Peñarroja (en Casinos) o el más emblemático de todos, el Puntal del Llops, en Olocau, en plena Sierra Calderona.
El Puntal del Llops era un fortín cuyo cometido era controlar el territorio que desciende por el Carraixet desde la cuenca del Palancia; pero también realizar funciones de control “interior”, para intimidar a los propios habitantes. Estos fortines, como lo demuestran las excavaciones en el Puntal, no eran solo centros “militares” sino también “productivos”, hallándose en ellos restos de útiles agrarios y de transformación de los metales. También se han hallado evidencias del uso de la copelación, no en vano la Calderona era muy rica en plomo.
Toda esta ordenación del territorio responde a una planificación controlada que tiene su culmen o máximo apogeo hacia los siglos V-IV a.C. Un sistema de ocupación basado en función de la obtención de recursos que hizo de Edeta una de las ciudades más prósperas de su época.


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